Todo
inicia un sábado que va a ser familiar. Se juntan mis suegros, Mi Má y los
parientes más cercanos, léase Mi Chiquita, La Cachorra, el Oso de Peluche y su
seguro Conocedor como Guía de Turistas.
Como
los turistas siempre andamos sacadones de onda en ciudades extrañas, ponemos
mucha atención a lo que diga el guía. En nuestro caso, mis turistas se sienten rete
confiados en su ciudad y ninguno me pela.
Yo
no quería ir y a fuerza me llevaron, ahí empezó la No-Pelada. Que si la
convivencia, que si “tus” hijos (solo son míos cuando hay castigo o chantaje),
que si tu mamá quiere ir a la Condesa, y mi mami quiere visitar una cantina en
el Centro Histórico y que me llevan a we….
Como
todos los descritos caben en mi Micro, pues el punto de reunión fue en su casa
(la mía) y todos llegaron tarde, menos mi Má que llegó como media hora antes
(no la fuera yo a dejar).
Una
vez instalados en el automotor, nos lanzamos al Auditorio Nacional. Según las
investigaciones femeninas tipo CIA, es la estación con menos gente y el estacionamiento
está ahí merito.
Lo
del estacionamiento es cierto, lo de que hay poquita gente es una vil mentira. ¿Dónde
en el DF hay poquita gente?
Como
se acababa de ir el Turibus en turno, nos tuvimos que sentar en las escaleras
del Auditorio para esperar al siguiente. (Todos se sentaron y mandaron al guía
a pararse en la fila para subirse al siguiente camionsote)
Cuando
llegó “nuestro” Turibus, se dejó venir la manada familiar y todos los de mi
alrededor, se me quedaban viendo como si hubiera cobrado por aparatar el lugar.
Ya que nos subimos, empezaron las opiniones divididas: ¿arriba sin techo o
abajo con aire acondicionado? La familia se divide y me toca arriba con La Cachorra
y el Oso. El sol estaba como para asolearse en bikini, pero la vista de la
ciudad lo vale.
Abajo
se fueron los demás menos mi suegra, que ya le había echado el ojo a un turista
español que si se subió y no se iba a perder el paisaje.
Cuando
arrancó el camión, sientes que el airecito te reaviva y se ve de peluche la
ciudad. Paseamos por la Condesa (a mi Má se le pasó por venir en el chisme) y
seguimos por varios barrios y colonias hasta llegar al Centro Histórico.
Los
méndigos Turibuses no tienen baño, pero si llevas tu agüita, te dan ganas. Al
llegar, varios de los parienturistas, queríamos utilizar algún baño con toda la
urgencia del mundo. A ver: encuentren uno cuando casi perdieron la manera de
caminar por el dolor de vejiga. Estuve a
punto de pagar una habitación en el Gran Hotel de la Ciudad de México, pero
encontramos baños públicos (impresionantemente limpios) y ahí recuperamos la
compostura.
Ahora
vamos a caminar (ven por qué no quería venir).
La
Caminata (el deporte olímpico donde México destacó hace unos añitos) es juego
de niños comparado con caminar con las consuegras, Mi Chiquita y La Cachorra.
De repente se arrancan como burros sin mecate y luego se frenan en un puestito
(así le dicen ellas) a ver que ven. Ahí se instalan por tiempo indeterminado
hasta encontrar alguna ganga de su gusto. Esto se repite como 28 veces y mi
suegro, el Oso de Peluche y su Conocedor Guía de Turistas, andan buscando
sombrita y bebidas hidratantes entre arrancones y frenones.
Después
de muchas visitas a puestitos, a tiendas, a algún museo que se nos cruzó y a
uno que otro supercito para aguantar el calor, vamos a buscar la cantina para
que mi suegra cumpla el cometido de su paseo.
Hay
como 500 cantinas en el centro y terminamos en la más cercana, no era cosa de mayor
sufrimiento de patas.
Comimos
muy sabrosito, bebieron cual cosacos y hasta ate con queso me receté.Lo malo es ver la hora y checar el boleto del estacionamiento. Por no leer antes, que me entero que el estacionamiento cierra a las 6:00 pm. Eran las 5:00 PM.
Rápido de pensamiento y soluciones solo digo, “ya vámonos que no llegamos a sacar al Micro”.
Como
anduvimos cual nómadas por el centro, ni idea teníamos donde agarrar el Turibus
de nuevo. Cuando encontramos a una Poli Turística, le preguntamos y nos dijo
amablemente que de ahí el Turibus iba a Polanco, luego a las Lomas, luego a Chapultepec
y finalmente al Auditorio (Nuestra parada) y eso tardaba como unas 3 horas.
Mi
mente rauda, veloz y segura piensa: “Madres y ¿ahora qué hacemos?”
Como
yo era el guía y no me habían pelado en todo el día, solo indiqué, “Nos vamos
en Metro o no llegamos, el que quiera se queda y nos vemos en la casa.
Córranle.”
De
ahí corrimos unas 8 cuadras hasta llegar al Metro Hidalgo, al llegar a la
estación y con boletos en mano, iniciamos el descenso rumbo al averno. Bajamos
unos tres mil escalones y no se veía ningún vagón anaranjado pero la
temperatura subía.
La
prisa nos hacía parecer manada de búfalos huyendo de los leones. Mi Má, que es muy propia, iba de tacones. No se imaginan cómo sudaba y no me la mentaba nomas porqué le rebotaba. El Chicharito suda menos jugando contra el Barça.
Yo creo que enviamos alguna viejecita al hospital de los tremendos tamalazos que íbamos repartiendo entre mucho capitalino sin prisa.
Ya
en el andén, tuve que contar cabezas, no sea que hubiéramos perdido a algún pariente
en la carrera. Todos completos, todos sudados y todos mirándome con cara de
odio (No sé por qué, yo ni quería venir)
Llegó
el tren, nos subimos y ahí pude ver la hora nuevamente, eran las 5:47….. trece
minutos para llegar. El Metro cumplió, pero la organización familiar decidió
que el Guía fuera a sacar el Micro y ellos se bajaban tranquilitos y sin prisa.
Llegando
a la estación Auditorio, que me dan mi patada pa bajar rápido y córrele a sacar
el Micro del estacionamiento. Esta vez sí tuve cuidado de no tumbar a nadie.
Llegué
echando el bofe, el sudor en la tatacha me llegaba a la cintura, sentía gotitas
recorriendo hasta mi entrepierna y tenía un calor como de desierto a medio día.
Ya
fuera del estacionamiento, encontré a la familia y todos se subieron muy
sonrientes y hasta fresco se veían.
Lo
mejor que escuché ese día fue del Oso: Me gustó el paseo en Turibus, me gustó
la comida y me encantó correr en el Metro.
Ven
por qué no quería yo ir.
¡Vive!
¡Disfruta! ¡Comparte!
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