Fiesta
sorpresa pero para mí. Mi Chiquita ni aguas me echa, solo me avisa en la mañana
sabatina que tenemos comida en casa de su mami.
Yo
que ya tenía programado mi sábado: De 9:00 AM a 9:00 PM estar acostado y
durante el reposo, llamarle al Profesor para que se viniera a botanear a las
9:15, me fregó mi sábado ideal.
La
conversación fue más o menos así:
MiCh:
Tenemos comida en casa de mi mami, es para festejar su cumple.
Yo:
¿Que no la celebramos el año pasado?
MiCh:
No seas menso, nos vamos a las dos para llegar a ayudarla en lo que necesite.
Yo:
¿Ayudarle en qué?
MiCh:
No sé. En lo que necesite.
Yo:
¿Qué nos van a dar de comer?
MiCh:
¿Ya vas a empezar? Va a haber hamburguesas al carbón, que bien que te las
tragas en todos lados.
Yo:
¡Zafo asarlas!
MiCh:
Y te arreglas.
Yo:
OK, pero pido sentarme en sombrita.
Ya
ni me contestó.
A
las dos en punto (para ir a casa de su mami es bien puntual) salimos rumbo a
Suegralandia, cargados con refresco e implementos para que su seguro Conocedor
prepare una tortas de chilaquiles para la noche.
Al
llegar (somos los primeros obviamente) bajamos como burros de carga hasta con
regalito pa la Regis (mi condenada sobrina que solo me pela si le doy
chocolates) y una bola de bolsas con
contenidos dudosos.
Mi
pobre suegro (este si de verdad es un santo) se había ido por los hielos, tenía
que prender el anafre, dejar lista la cantina con mucha variedad de bebidas
motivantes y además estar de buenas.
Como
llegamos antes que las sillas rentadas, me tocó acomodarlas. Esto al parecer
tenía ventaja porqué seleccioné mi lugar en la sombrita. Como mi suegra estaba
retecontenta con su pachanga, me puso un platote de papas fritas y cacahuates
en mero enfrente y empezó la botanita.
Poco
a poco empezaron a llegar los invitados: Los compadres, La tía Elia y su
familia, una bola de amigas altamente peligrosas por el nivel de fiesta que
manejan y uno que otro gorrón. Como soy muy educado, me levanto de mi silla
cada que llega un invitado (parecía clase de gimnasia) y en una de esas, la más
mayor de las invitadas, me bajó mi silla y mi platón de botanas, ni modo de
quitarla a empujones.
Fui
y busqué la silla con mayor ventilación posible, me la volvieron a ganar y no
me quedó otra que sentarme en una mesa rodeado por las amigotas de mi suegra;
eso sí, tenía toda la botana a la mano y la cantina cerquita.
Ya
saben cómo son estas fiestas, comida, bebida, música romántica de Pedro Infante
y plática buena.
Ya
después de un rato de masticar botana, comer hamburguesas, entrarle al Tequila,
chelas, ron, vodka y creo que hasta pulque había. Viene el pastel con todo su
protocolo: Mañanitas, japiberdei, ¡qué le sople!, ¡mordida! Y las fotos
multitudinarias. Por cierto, ¡que familia! No se quedan quietos para las fotos
y salieron todas movidas.
Yo
empecé a notar que mis encantos hacían mella en alguna de las amigas de mi
suegra. Déjenme les platico: me agarraba del brazo, me hablaba de cerquita, no
se movió de su silla junto a la mía y me pedía que le sirviera más. Ya luego
entendí, estaba medio jarrita y me agarraba para no caerse, me hablaba de
cerquita por qué la música estaba a todo lo que daba y no se oía nada, no se
movió de su silla o se la volaban y por vaquetona me agarró de su wey para
servirle sus tragos.
Como
a eso de las 9 de la noche, que me lanzo a la cocina para preparar las tortas de
chilaquiles tan mencionadas. Acá entre
nos, fueron más exitosas que las hamburguesas y todos quedaron muy contentos y
enchilados.
Mi
suegra se la pasó cual quinceañera, bebió, comió, brindó, se rio, lloró, le
dijo a todos que los amaba (hasta a mí) y recibió muchos abrazos.
Solo
me reclamó que mis tortas opacaron a sus hamburguesas. Soy mucho mejor cocinero
que ella, aunque diga que no.
Hoy
es su mero cumpleaños y aunque no sea su consen, le mando un abrazo y la receta
de los chilaquiles.
¡Vive!
¡Disfruta! ¡Comparte!
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