lunes, 15 de abril de 2013

Pachanga de la Suegra

Fiesta sorpresa pero para mí. Mi Chiquita ni aguas me echa, solo me avisa en la mañana sabatina que tenemos comida en casa de su mami.
Yo que ya tenía programado mi sábado: De 9:00 AM a 9:00 PM estar acostado y durante el reposo, llamarle al Profesor para que se viniera a botanear a las 9:15, me fregó mi sábado ideal.
La conversación fue más o menos así:
MiCh: Tenemos comida en casa de mi mami, es para festejar su cumple.
Yo: ¿Que no la celebramos el año pasado?
MiCh: No seas menso, nos vamos a las dos para llegar a ayudarla en lo que necesite.
Yo: ¿Ayudarle en qué?
MiCh: No sé. En lo que necesite.
Yo: ¿Qué nos van a dar de comer?
MiCh: ¿Ya vas a empezar? Va a haber hamburguesas al carbón, que bien que te las tragas en todos lados.
Yo: ¡Zafo asarlas!
MiCh: Y te arreglas.
Yo: OK, pero pido sentarme en sombrita.
Ya ni me contestó.
A las dos en punto (para ir a casa de su mami es bien puntual) salimos rumbo a Suegralandia, cargados con refresco e implementos para que su seguro Conocedor prepare una tortas de chilaquiles para la noche.
Al llegar (somos los primeros obviamente) bajamos como burros de carga hasta con regalito pa la Regis (mi condenada sobrina que solo me pela si le doy chocolates)  y una bola de bolsas con contenidos dudosos.
Mi pobre suegro (este si de verdad es un santo) se había ido por los hielos, tenía que prender el anafre, dejar lista la cantina con mucha variedad de bebidas motivantes y además estar de buenas.

Como llegamos antes que las sillas rentadas, me tocó acomodarlas. Esto al parecer tenía ventaja porqué seleccioné mi lugar en la sombrita. Como mi suegra estaba retecontenta con su pachanga, me puso un platote de papas fritas y cacahuates en mero enfrente y empezó la botanita.

Poco a poco empezaron a llegar los invitados: Los compadres, La tía Elia y su familia, una bola de amigas altamente peligrosas por el nivel de fiesta que manejan y uno que otro gorrón. Como soy muy educado, me levanto de mi silla cada que llega un invitado (parecía clase de gimnasia) y en una de esas, la más mayor de las invitadas, me bajó mi silla y mi platón de botanas, ni modo de quitarla a empujones.

Fui y busqué la silla con mayor ventilación posible, me la volvieron a ganar y no me quedó otra que sentarme en una mesa rodeado por las amigotas de mi suegra; eso sí, tenía toda la botana a la mano y la cantina cerquita.

Ya saben cómo son estas fiestas, comida, bebida, música romántica de Pedro Infante y plática buena.


Ya después de un rato de masticar botana, comer hamburguesas, entrarle al Tequila, chelas, ron, vodka y creo que hasta pulque había. Viene el pastel con todo su protocolo: Mañanitas, japiberdei, ¡qué le sople!, ¡mordida! Y las fotos multitudinarias. Por cierto, ¡que familia! No se quedan quietos para las fotos y salieron todas movidas.
Yo empecé a notar que mis encantos hacían mella en alguna de las amigas de mi suegra. Déjenme les platico: me agarraba del brazo, me hablaba de cerquita, no se movió de su silla junto a la mía y me pedía que le sirviera más. Ya luego entendí, estaba medio jarrita y me agarraba para no caerse, me hablaba de cerquita por qué la música estaba a todo lo que daba y no se oía nada, no se movió de su silla o se la volaban y por vaquetona me agarró de su wey para servirle sus tragos.
Como a eso de las 9 de la noche, que me lanzo a la cocina para preparar las tortas de chilaquiles tan mencionadas.  Acá entre nos, fueron más exitosas que las hamburguesas y todos quedaron muy contentos y enchilados.
Mi suegra se la pasó cual quinceañera, bebió, comió, brindó, se rio, lloró, le dijo a todos que los amaba (hasta a mí) y recibió muchos abrazos.
Solo me reclamó que mis tortas opacaron a sus hamburguesas. Soy mucho mejor cocinero que ella, aunque diga que no.
Hoy es su mero cumpleaños y aunque no sea su consen, le mando un abrazo y la receta de los chilaquiles.
¡Vive! ¡Disfruta! ¡Comparte!

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