Estoy
en reunión con mis amig@s, excompañeros de primaria… sí, ya se: ya llovió, los
dinosaurios nos esperaban afuera de clase, los coches eran carretas y todo lo
que me dicen cuando hablo del pasado. Pero el asunto de la edad no es
relevante. Muchos necesitamos lentes para leer, otros necesitan lentes para
manejar, otros para ver. Yo nada más para leer.
La
reunión es en elegante restaurante argentino en el sur de la ciudad, las mesas
están excelentemente presentadas y el olor que llega de la parrilla es
delicioso. Ya nos echamos un par de tequilas, una chela y una que otra copa de
vino. Esta es la parte fácil. Pedimos la carta….
Cuando
nos la traen, empiezo a manosearme como si de verdad me quisiera mucho, no encuentro
mis lentes un ninguno de mis bolsillos. Muy seguro intento leer la carta, hagan
de cuenta que veía puro jeroglífico y nada tengo de habilidades tipo Indiana
Jones para entenderlos. Por más que estiro mis brazos, no logro enfocar ni los
letreros grandecitos.
Lo
peor de todo es que tengo la esperanza de que alguno de mis compañeros de mesa,
saque algún par de anteojos para leer y luego me los preste. Lástima, a varios
nos pasó lo mismo y no traíamos lentes.
Ocurre
un milagro, Martha que siempre va preparada para cualquier emergencia, trae una
lupa y en su llavero una linternita que alumbra lo suficiente para poder elegir
nuestra viandas. Parecíamos mineros bajo tierra con la linterna, pero pudimos
leer.
Esa
la libré, comimos rico y lo que se nos antojó, además de que pudimos checar la
cuenta.
La
segunda vez que olvidé mis lentes estuvo peor. Otro lugar muy elegante, con
iluminación media para hacer más agradable el ambiente, carta con muchos
platillos y pura letrita. Lo que más me perjudicó, era que mis 2 invitados eran
clientes y los méndigo no necesitan lentes. Ese día extrañé a Martha.
Cuando
llega nuestro mesero, mis invitados están listos para pedir y a mí solo se me
ocurre que unos tacos de mixiote no deben existir en el Menú de Un Muy Elegante
Restaurante con Especialidad en Comida China. ¿Y ahora qué hago?
Ya
ordenados los platillos de mis colegas, inicio la conversación con el mesero:
Yo:
¿Qué platillo me recomienda?Mesero: “Señor: Si me permite, le puedo recomendar una entrada de langosta en salsa de tamarindo con toque de mostaza y de segundo tiempo unos camarones en camisa de almendra con salsa de jengibre y toque de vinagre de arroz.”
Mientras
voy pensando: Suena rete bien, pero langosta y camarones significan una
$$$$.... ¿Traeré la tarjeta de crédito o la dejé con los malditos lentes? Ni
modo de palparme ahorita como en el restaurante argentino.
Yo:
Se me antojan los camarones, pero quisiera cambiar la sugerencia de la langosta
por algo que no sea marisco ¿Qué podrá ser?
Mesero:
“Señor: La Langosta es de lo mejor que ofrecemos a nuestros comensales, pero si
quiere otra cosa, le recomiendo nuestras láminas de res, que son de filete, en
salsa de cacahuate y ligeramente picosas.
Otra
vez pienso: Chin, ya me dio otra opción $$$$, si le pido más opciones, me voy a
ver bien prángana y la quemada con los clientes está feíta. Cómo no se me
ocurrió decir que iba al baño y salir corriendo a compárame uno lentes en
alguna farmacia… ya ni modo.
Yo:
Ándele pues, eso está perfecto.
La
verdad cené delicioso, mis clientes quedaron muy contentos, hicimos negocio y
casi salí a mano después de pagar la cuenta $$$$$ que ni pude revisar.
Desde
aquel día (Diría Raphael, el Divo de Linares), traigo unos lentes en la
cajuelita del coche, otros en mi buró, otros en mi escritorio, otros en la
cajuelita de carrito de Mi Chiquita, otros en mi bolsa y unos extra en mi portafolio.
Ya
me pasaron un súper tip en el caso de que se me vuelvan a olvidar: ¡Le saco una
foto con el celular al menú y así lo puedo ampliar!
Ojalá
no se me olvide el celular.
¡Vive!
¡Disfruta! ¡Comparte!
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